27.12.04

Mensajes de ánimo para Samarkanda...

(Soy Jairaki, una de las cuatro hijas de Samarkanda. Desde aquí me gustaría recoger vuestros comentarios de ánimo y apoyo para mi madre. Está en un hospital de Valladolid, esperando que su hermano salga del coma, se recupere y todo vuelva a la normalidad. Está demostrando que es fuerte como siempre, que es valiente, que nunca hay que perder la esperanza, pero una inyección de ánimo le va a venir muy bien. La preciosa Sufumu, otra de sus cuatro hijas, le llevará el jueves en mano vuestros comentarios. Muchisimas gracias a todos)

TRILLONES DE GRACIAS...


AL FIN SOLOS desde Madrid
ALEX desde Asturias
ALICIA desde Madrid
ARARAT desde Madrid
BLIN desde Asturias
EN EL CAMINO desde El Camino
GRELINNO desde Sevilla
GUASABI desde Madrid
IVÁN TRASH desde Madrid
MH desde Madrid
MIRIAM desde Madrid
MULDIE desde Bilbao
MURALLA desde Barcelona
OLGA desde Canarias
PEPELTENSO desde Madrid
PIRRI desde Allí
TIRITA desde Barcelona
VICTOR FLYTE desde Madrid
ZÄPP desde Madrid

ÁNIMO Y DEJA TU MENSAJE...

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17.12.04

Sus manos, sus ojos...

Compré esta libreta que ahora tengo en las manos, cuando estaba recorriendo España con mi marido en la autocaravana, para continuar escribiendo nuestras vivencias. Ya habíamos escrito otras dos. No hubo necesidad de terminar ésta, porque todo se acabó…

A partir de aquí comienza una nueva vida sin tu presencia física, aunque siempre estarás en mi memoria.

Hoy hace cuatro que se marchó definitivamente. Lo primero que me llamó la atención y me enamoró fueron sus ojos, dulces, pícaros, brillantes. Nunca eran igual. A veces de un azul intenso, otras grises. Su mirada hacía latir mi corazón muy deprisa. Lo segundo que me llamó la atención fueron sus manos. Tan grandes, tan fuertes. Me gustaba llevármelas a la cara y él se reía.

A lo largo de los años, esas manos fueron las mías, me ayudaban mucho y sus ojos me dieron mucho amor, aunque habría problemas insuperables nunca estaban tristes. Sólo en un ocasión y me sorprendieron. Yo estaba en el hospital y nos veíamos a través de un cristal, no podía tocar tus manos, pero las pusiste abiertas pegadas al cristal y llorabas sin parar, pero eran lágrimas de felicidad. Yo había vuelto a la vida después de estar tan mal

Esa imagen jamás la podré olvidar. Un hombre tan grande con las manos y la cara pegadas al cristal. Parecía un niño que nadie podía consolar.

C. mi amor, mi cariño tengo muchos recuerdos tuyos difíciles de olvidar… tus detalles, tus perfumes, tus rosas .........y muchas cosas más, pero el mejor regalo fueron y son nuestras hijas que me miman me cuidan y nunca se olvidan de ti. No tengas miedo no estoy triste a ti no te gustaría. Un beso muy fuerte de todas nosotras. Como tu decías tus mujeres…

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11.12.04

El señor de los bigotes... (y II)

El seguía yendo a su huerta, pero yo no podía verle. Se ve que me echaba de menos. Un día cuando el venía a la huerta nos encontramos en el camino. Iba con mis dos hermanos de la mano y se los presenté. Yo ya había cumplido nueves años y mis hermanos tenían seis y tres. Me preguntó que porqué no salía a su encuentro y entonces le dije que si no sabía lo que había pasado. No lo sabía. Entonces le miré y le dije que yo ahora ya era mayor y tenía que ayudar en casa a mi madre. Me preguntó que porqué y le dije que mi padre se había ido al cielo con mis abuelos. Se quedó parado y me cogió la mano. Le dije cómo había sido. Otro día si queréis os cuento cómo. Él se cogió una parte del bigote y la estiró. Al ver que era tan largo me eché a reír. Empezamos a andar los cuatro y le conté cómo habían sido las navidades y que los reyes como yo ya era mayor no habían venido para mi, pero que mi primo me había dado el cuento de Amelín y que estaba contenta. Soltó su bigote y se le rizó. Ya no me reí. Se quedó serio y sus ojos nunca los olvidaré. Cuando llegamos a casa preguntó por mi madre y no estaba porque estaba trabajando.

Me dio un beso y se fue para la huerta. Subí a casa y estaba mi abuela. Se lo conté. Subí a la galería y aquel día no paseó, se fue enseguida.

Al día siguiente, que me figuro que sería domingo, porque mi madre estaba en casa llegó casi a la hora de comer. Nos llevó una anguila de dulce que era costumbre por Reyes. Los había de más tamaños y ésa era muy grande. Él tenía una confitería y estuvo hablando mucho rato con mi madre y la ofreció trabajo en la tienda.

Después de los años nos veíamos porque los domingos íbamos a comprar un postre, antes de ir al cine. Siempre tenía algún detalle. Cuando me veía los ojos le cambiaban y no se le veían tristes.

Me vine para Barcelona y al volver me dijo mi madre que había muerto. Yo nunca le olvidaré y me figuro o quiero pensar que en el más allá se encontrará con mi padre y le contará cosas nuestras.




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2.12.04

El señor de los bigotes...

En una de las huertas cercanas a mi casa, había un señor que tenía unos bigotes muy grandes. A veces los llevaba como Dalí, pero más grandes. Era alto, fuerte y venía a la huerta, casi todas las tardes. Un día se me ocurrió salir a saludarle, por que me inspiraba confianza y me llamaba la atención. Era muy elegante. Le dije buenas tardes y me preguntó que cómo me llamaba, le dije Samarcanda. Me preguntó si me gustaba leer, le dije que sí y no me dijo nada más. Me dio un puñadito de caramelos y se fue. Las niñas que habían seguido la conversación me pedían caramelos. Yo me fui para casa. Desde allí se veía parte de la finca de este señor y me picó la curiosidad. ¿Qué hacía el todo trajeado, entre plantas, árboles y algo de maleza? Cuando le vi, había cambiado el traje por un guardapolvo. Cuando era tiempo de fruta la llevaba en su cesta y cuando no paseaba leyendo por toda la finca. Un día me preguntó donde vivía, y al día siguiente me vino con unos cuantos cuentos y unos caramelos. Habló con mi madre y a partir de aquel día, surgió una amistad.

Un día no subió caramelos, pero yo no lo sabía. Fui a saludarle y me dijo: hoy no hay caramelos. Le dije que yo no quería caramelos, que quería que me contara lo que decía el libro que cada día leía. Se tocó los bigotes y se echó a reír. Normalmente era muy serio. Yo le acompañé hasta su huerta y me dijo que los libros que él leía eran muy raros y no eran fácil de explicar. Pues mi abuela sí que me explica las cosas que lee, le dije. ¿A tu abuela le gusta leer? me preguntó. Le respondí que sí, y que lo hacía muy bien. Le acompañé hasta la entrada y me fui para mi casa.

Parecía un señor de cuento: misterioso, serio, pero a mi no me lo parecia, era muy culto, muy elegante. Se quedó viudo muy joven y por eso no hablaba a la gente. No lo aceptó. Así fue como me inicié en la lectura y desde entonces, cada vez que veo sus cuentos, viene a mi memoria su entrañable e inolvidable recuerdo.

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